viernes, 8 de octubre de 2010

México DF - Día 5

Dormí como un tronco y me desperté con el reloj, apenas con tiempo de bañarme y desayunar. Hoy empezábamos más tarde debido a que la gente de laboratorio tenía una teleconferencia así que aproveché el rato para ponerme al día, aunque un mal movimiento del touchpad borró la mayor parte de lo que escribí sobre ayer (ya está arreglado, leanló). Hoy terminamos nuestro programa de entrenamiento así que mañana solo será repaso. Durante el almuerzo (sopa de frijoles y tacos de una carne salseada) Areli me pasó la receta de los frijoles refritos. Se hierve el frijol hasta ablandarlo, se rehoga cebolla con un poco de aceite y cuando está a punto se le agregan los frijoles y mientras se los saltea se los pisa hasta formar una pasta homogenea.

A la salida volví al hotel y me conecté con casa, donde Tomi por primera vez me prestó atención por un tiempo considerable seguido durante la llamada. Me tiró besos, me saludó con la manito, jugamos a que se escondía poniéndose fuera de cámara y volviendo a aparecer cuando yo preguntába "¿dónde está Tomi?" y haciendo en general muchas morisquetas. La verdad que me dio unas ganas terribles de estar de vuelta en casa.

A las 19:00 nos juntamos en el lobby y nos fuimos a Villa María, un restaurant con show de mariachis donde nos agasajaron los mexicanos. La comida estuvo bien. De entrada sope, un disco de masa de maiz con requesón encima, y quesadilla, una especie de empanada con queso. El plato principal fue arrachera, un churrasco de cuadril, con frijoles refritos y chiles toreados (asados) recontrapicantes. De postre, flan. La nota la dio sin embargo la bebida. Pedí un margarita de tamarindo que te lo servían en un copón de más de medio litro. Estuvo excelente. Luego del postre me pedí un café de la olla, que te lo servían en una verdadera jarra pequeña de barro y estaba hecho con canela. Me ofrecieron Agavero, el cual le hice probar también a Andrés, y por último un tequila José Cuervo Reserva de Familia. Venía en una botella de 2.5 litros que según me dijeron cuesta 600 dólares. El segundo mejor tequila que probé en mi vida, después del tequila del barril que tiene en su casa el tío Quique. Oscuro, muy aromático y amaderado. Parecía brandy como dijo Andrés.

Después de semjante ingesta alcohólica los hombres del grupo nos volvimos caminando al hotel para ir tomando aire y, ya en mi habitación, me dediqué a armar la valija y a actualizar el blog. Mañana me vuelvo directo de la planta al aeropuerto así que no habrá posteos. Nos vemos a la vuelta. No veo la hora de estar en casa.

jueves, 7 de octubre de 2010

México DF - Día 4

El depertador sonó nuevamente a las 5:30 y luego de escribir un poco en el blog me dirigí al gimnasio a hacer algo de ejercicio. Es increible la cantidad de gringos que había ahí a las 6 de la mañana. Hice unos 40 minutos de cinta y después subí a bañarme para ir a desayunar. El día de trabajo pasó sin mayores complicaciones, aunque me resultó gracioso que, debido a que el comedor tiene detectores de humo, las pechugas de pollo rellenas las tuvieron que cocinar en el balcón. Menos mal que aunque estaba nublado no llovió, si no comíamos pollo pasado por agua.

A la salida nos dividimos. Los instructores se fueron al hotel, la gente de Chile menos Hernán, el gerente de ventas, se fueron a comprar artesanías y Hernán y nosotros nos fuimos con Vale, la controller de México que es argentina, a un outlet en el Periférico Norte más allá de la planta. Aunque el viaje se suponía que iba a ser rápido, la verdad es que se nos complicó un poco ya que pasando Ciudad Satélite y apenas entrando a Tlalneplantla el segundo piso del periférico (una vía rápida elevada tipo lo que quieren hacer en la Gral. Paz pero con carriles en un solo sentido reversibles, hacia el DF a la mañana y hacia los suburbios a la tarde) estaba en obra, por lo cual las salidas no estaban claramente marcadas o directamente no estaban. Así las cosas nos pasamos de la salida y hubo que comerse bastante tráfico para poder retomar.

El outlet Punta Norte es un shopping a cielo abierto, con dos niveles sobre una colina a lo largo de unas calles arboladas que parecen peatonales zigzagueantes con los negocios a los costados. Ibamos a sacar unas fotos peero en cuanto Jorge sacó la cámara se nos acercó un guardia de seguridad para decirnos que estaba prohibido. Lo miramos como a un marciano pero ni le preguntamos por que. Bastante paranoicos están los guardias de sseguridad mexicanos.

Como la mayoría de los negocios tenían saldos de liquidación de la temporada primavera - verano muy descontados pude comprarle a Vane unas blusas sin mangas en Zara a muy buen precio y luego le compré a Tomi una rampa para autitos de Fisher-Price ya que los juguetes están a muy buen precio. Ya habíamos terminado todos de comprar cuando se apareció Hernán diciendo que quería ir al Palacio de Hierro (una tienda departamental tipo Fallabela de buena categoría) a comprarle algo a su mujer. Yo aproveché a comprarle unas camisitas a Tomi pero Hernán tardó tanto en decidirse que le apagaron las luces y se quedó con las ganas de comprarse algo también para él. A la salida, Vale se dio cuenta que se había olvidado la billetera cuando quiso pagar el estacionamiento. Algunas monedas tenía, pero el problema es que andaba manejando sin documentos y sin registro. Menos mal que no nos paró la policía.

Vale iba a invitarnos a cenar, pero sin billetera terminamos invitándola nosotros y Hernán sugirió ir para Condesa, un barrio donde habían almorzado el domingo, no muy lejos del hotel. Por nosotros, hubieramos parado en el primer restaurant que vimos, pero Hernán no paró hasta que encontramos la misma calle por donde él había pasado. Al final, y dado que Jorge estaba sufriendo síndrome de abstinencia de asado, terminamos en El 10, una parrilla argentina que Vale recomendó.

El menú fue simple y muy argento: empanada de netrada (chorizo y queso en mi caso) una provoleta y un plato de molljas al centro para picar (la molleja es mas barata que la carne, increíble) y una porción de vacío con ensalada (lástima que usan italian dressing en vez de aceite y vinagre, me resulta muy ácido). De postre, no pudimos evitar la tentación de pedir queso y dulce cuando vimos que decía que el dulce de batata o membrillo era de Arcor. Todo regado por un Finca las Moras reserva Malbec. La cena fue muy amena. Charlamos, le sacamos el cuero a los que no estaban y en general nos divertimos. Si hay algo para lo que sirven estas reuniones es para crear o afianzar relaciones con gente de otros paises y creo que en particular en este viaje hubo mucho de eso.

Volvimos al hotel eso de las 12:00, 2:00 de la Argentina así que ni modo de llamar a casa a esa hora. Me quedé un poco triste por eso, ya que para mi es la parte que más espero del día cuando estoy afuera. Mañana ni modo que me levantara a las 5:30, puse el despertador a las 6:45 y me desmayé en la cama.

miércoles, 6 de octubre de 2010

México DF - Día 3

Al que madruga Dios lo ayuda, o eso dicen. Tratando de mantener mi reloj biológico en la hora de Buenos Aires me puse el despertador a las 5:30, de modo de aprovechar mejor la mañana, ya que sabía que de todos modos a esa hora me iba a despertar. Aproveché para escribir el blog y contestar algunos correos del trabajo y a eso de las 7:00 bajé a desayunar. Hoy fueron frutas frescas, algo de queso y un omelette.

Salimos hacia la planta y mas allá de que el remisero que llevaba a parte del grupo no sabía como llegar, no hubo demasiados problemas. El día de trabajo fue largo y cansador. Para el almuerzo, ensalada y una buena idea: tiritas de carne enrolladas en rosca como si fueran una salchicha parrillera, adornadas con panceta en la última vuelta y hechas al horno con una especie de salsa a base de pimentón.

De vuelta al hotel me conecté con casa de Mamá donde estaban todos reunidos para celebrar el cumpleaños de Gon. Pude saludar a todo el mundo aunque queda claro que el micrófono de la PC no funciona demasiado bien cuando hay demasiadas personas hablando de fondo. La verdad es que al final no se entendía nada. Tomi, nuevamente un tierno, me mostró los encastres que le habían regalado los tíos y me tiró besos. Además, la chomba de Kevingston que le habían regalado el año pasado, aunque todavía un poco grande, le queda preciosa.

Aproveché también para mostrarle a todos la vista desde la ventana del hotel, dominada por el bosque de Chapultepec que ocupa prácticamente toda la vista hacia el frente. Exactamente frente al hotel se puede ver el Auditorio Nacional y a su derecha el Campo de Marte. Un poco más al fondo, el palacio presidencial y un parque de diversiones. Lamentablemente, un edificio tapa el palacio de Chapultepec, ya que eso realmente haría completa la vista.

A las 19:30 nuevamente partimos a buscar restaurant para la cena y el elegido esta vez fue Cientosiete, un restaurante de cocina mexicana moderna también cerca del hotel. La ambientación era moderna y los platos, aunque basados en la cocina tradicional mexicana, tenian una presentación muy moderna y toques gourmet. Eso si, y como nota positiva, los platos eran bastante abundantes para lo que un restaurante de ese tipo me tiene acostumbrado. El servicio fue impecable y hasta el chef se apersonó en la mesa para preguntar que tal estuvo la comida. El único punto flojo a mi juicio fue la carta de vinos. Nadine, la instructora de Compras, quería un syrah y si no un merlot. Syrah no había ninguno en la carta, los merlot chilenos no eran buenos según Andrés, el sommelier residente de Chile y el único merlot argentino tampoco me convencía a mi. Terminamos pidiendo un Cabernet Sauvignon Altavista, a falta de alguna opción mejor.

En mi caso particular, de entrada pedí una ensalada de zuchini, champiñones y jamón crudo. La idea era muy buena, con el zuchini cortado en finas láminas y cocinado supongo que al vapor forrando todo el plato, un montoncito de champiñones salteados en el centro y dos rollitos de jamón crudo encima de ellos, decorado con almendras fileteadas y aceite con perejil. Lamentablemente estaba aderezada con limón (o lima, vaya uno a saber) y para mi gusto demasiado ácida. Yo hubiera prescindido del limón y usado solo aceite de oliva.

De plato principal decidí pedir pescado. Ya que Hernán, el gerente de ventas de Chile, no se decidía entre el atún a la plancha y el dorado (no el nuestro, otro) en caldo de mariscos, decidimos que ibamos a pedir los dos platos y compartir. El atún a la plancha estaba apenas cocido por fuera y de un color rojo brillante casi morado al centro. Estaba exquisito, parecía carne de vaca. El dorado en cambio era mucho mas suave, parecido a la merluza en sabor, servido en un caldo de almejas. Estaba bueno, pero después del sabor fuerte del atún no pude apreciar realmente su sabor.

Terminada la cena, volvimos al hotel a dormir y cai nuevamente rendido. Mañana iba a ser otro día largo.

martes, 5 de octubre de 2010

México DF - Día 2

Debería haberme despertado mas tarde, pero no. Ya antes de que el despertador sonara a las 6:30 (8:30 de Buenos Aire) estaba despierto. Bajé a desayunar a las 7:00 como habíamos quedado, y luego de unas frutas en compota y quesos partimos rumbo a la planta.

El día fue largo y exigente, aunque el buen humor general ayudó bastante. Casi ni paramos en todo el día, o eso al menos me pareció. Menos mal que había desayunado bien, porque la espera hasta el almuerzo se me hizo bastante larga, producto de almorzar a lo que para mi eran las 15:00. Unos mostacholes medio frios fueron la entrada, que casi no comí, y crepes de zuchini con salsa blanca, muy ricos, el plato principal. De postre, flan.

A la vuelta al hotel pude conectarme con casa y ver la nueva gracia de Tomi, aprendida el domingo: desvestirse. La remera todavía no sabe sacarsela bien y solo logra sacarse la cabeza, pero le quedan los brazos dentro de las mangas. Para el pantalón es en cambio un experto y se lo sacó enseguida. También intentó sacarse el pañal, pero Vane no lo dejó. Lo más tierno de la videollamada fue cuando se fue a buscar uno de sus DVDs y me lo trajo a la pantalla para pedirme que se lo pusiera. También jugamos a hacernos morisquetas.

Terminada la llamada, bajé al Lobby donde nos juntamos con la gente de Chile para ir a cenar. Siguiendo la recomendación de una recepcionista del hotel caminamos unas tres cuadras hacia una zona con varios restaurantes y nos terminamos decidiendo por uno de comida Mexicana: Bajío.

Hay veces que un restaurant nada pretencioso en la carta puede volverse excelente simplemente por la calidez de la atención y este fue el caso. El lugar era bonito, con una ambientación clásica en una arquitectura moderna: grandes ventanales vidriados, amplios espacios en desnivel y cocina abierta se combinaban con paredes cubiertas con bordados al estilo de la abuela. La carta era simple, con pocas opciones basadas en lo que se podrían considerar minutas a la mexicana y algunos platos elaborados de corte tradicional.

La verdad que no sabíamos que pedir ya que no teníamos ni idea de que se trataban los platos pero Carolina, la mesera que nos atendió, nos fue sugiriendo diferentes tipos de "tacos" (no todos se llamaban así pero todos eran en definitiva una tortilla rellena con algo) con los que fuimos armando el menú. Probamos de carne y queso, de jibia (un pescado), de cerdo (no me acuerdo el nombre que tenían), de arrachera y de camarón. Nada demasiado pretencioso pero bien elaborado y acompañado de una atención excelente. Eso, sumado al muy buen ambiente con la gente de Chile la verdad que me permitió sacarme el trabajo de la cabeza y, bastante cansado por cierto, me permitió dormirme ni bien volví a la habitación a eso de las 22:00. Eso si, como en Argentina ya habían pasado las doce, aproveché para saludar a Gon en su cumpleaños antes de irme a dormir.

México D.F. - Día 1

Aquí estoy en tierras aztecas nuevamente para una capacitación en SAP. Luego de una primera semana de entrenamiento en Buenos Aires junto a los equipos de Chile y México, esta vez nos tocó viajar a México.

Decir que el vuelo fue largo es poco. Dado que la capacitación dura hasta el viernes a la tarde y Vivíana necesitaba estar en nuevamente Buenos Aires el sábado a la mañana, las alternativas de vuelos se nos acotaron bastante. De hecho, la única que tenía esos horarios era LAN. Ahora bien, el problema era que LAN no nos ofrecía un vuelo mas o menos directo para la ida sino una odisea que partía el domingo a las 8 de la mañana, hacía escalas en Lima y Cancún y, luego de 16 horas, nos dejaba en el D.F.

El comienzo del viaje fue accidentado. El despertador no sonó (desventajas de la función "alarma de lunes a viernes") así que me despertó el llamado de la agencia de remises informando que mi coche había llegado. Me vestí a las apuradas y en 5 minutos estaba abajo pero, como comprobé cuando estábamos llegando a Ezeiza, me había dejado en casa la billetera. Por suerte salí con tiempo, así que pude volver a casa a buscarla y llegar nuevamente a Ezeiza sin problemas.

El viaje hasta Lima fue tranquilo, en uno de los aviones más modernos que tienen pantallas individuales, así que para matar el tiempo me vi Iron Man 2. En Lima nos esperaba una parada de dos horas, así que la idea era recorrer el free shop, almorzar algo y relajarnos un poco. Ilusos. Vaya a saber por que motivo, pero a los peruanos se les ocurrió que los pasajeros en tránsito igual tenían que pasar por el detector de metales y revisarles el equipaje de mano. Por supuesto, no contaban con equipos suficientes, se acumuló gente y la cola duró una hora. Pudimos recorrer algo y almorzar (una palta rellena con langostinos en mi caso) pero de relajarnos, nada. También les hice probar a Vivíana y a Jorge la Inka Cola, una gaseosa color amarillo radiactivo que es la gaseosa mas famosa del Perú.

El vuelo a Cancún fue en un avión similar al anterior, o capaz que el mismo, así que aproveché para ver Príncipe de Persia. La llegada a Cancún nos deparó la parte mas desagradable del viaje. Teníamos que bajar del avión, recoger todo nuestro equipaje y hacer migraciones y aduana allí, lo cual no me sorprendió demasiado. El vuelo hace una triangulación: sale de Lima, deja pasajeros en ida hacia Cancún y recoge los que vuelven, para en México y deja pasajeros allí, suben otros y luego vuelve a Lima. Como el número de vuelo era el mismo y no teníamos una nueva tarjeta de embarque, nos dieron on cartón que decía "En Tránsito" y traduje como el cartón de "Loosers", los infelices que nos íbamos a México a trabajar en lugar de ir a Cancún de vacaciones.

El problema fue la aduana. Había dos mujeres a cargo de los controles maltratando a todo el mundo. A los gritos y con muy malos modos iban diciendole a la gente que pase, que espere, que coloque las maletas así o asá y que explique que era cada cosa que tenían adentro. Nos trataron como si todos fuesemos narcos y mandaron a abrir más de la mitad de las valijas. Yo tuve suerte y pasé directo pero a Jorge le tocó un control "al azar" y le revolvieron todo y a Vivíana le hicieron historia por un frasco de batido proteico Herbalife que llevaba, le revisaron todo y hasta le olisquearon el contenido del frasco. A una pobre familia mexicana que volvía del Perú le detectaron sobrecitos de té y la hija, de unos veintipico de años, tuvo la ingenuidad de decir que era te de coca. Para qué. Casi se los llevan presos. La chica decía "soy médica" y no podía creer que la trataran como a una mula de los narcos. El padre estaba indignado. Al final los dejaron ir, pero no sin antes confiscarles el te de coca, sacarles fotos a ellos y abrirles un sumario.

No es que yo no haya pasado antes por controles igual de exhaustivos. Colombia era igual. La diferencia es que en Colombia te trataban amablemente y con respeto. Te revisan todo, uno entiende que ellos tienen que hacerlo, ellos entienden que es una incomodidad para uno, te tratan bien y listo. Es un trámite, no es que uno sea un sospechoso, o por lo menos así te hacen sentir. En Cancún la verdad que el tacto y los buenos modos brillaban por su ausencia, bastante extraño para ser una ciudad turística. Claro, eso si, el maltrato es para los latinoamericanos únicamente. Los que vienen de USA o Europa pasan por otro lado y seguro que no les hacen tanta historia.

En fin, volvimos a abordar el mismo avión y luego de un vuelo corto y un capítulo de Los Simuladores llegamos a México D.F., donde pasamos migraciones de largo y pudimos ver en los ventanales del sector de retiro de equipaje como colocaban al mismo en la cinta del lado de afuera y le pasaban por encima un perro antidrogas. Todos pensamos lo mismo: "En cualquier momento el perro va a mear una valija", pero lamentablemente no pasó. También allí nos encontramos con los juveniles de Boca, que estaban desembarcando de otro vuelo. Aparentemente hay algún campeonato de juveniles y por eso todos los vuelos estaban llenos.

Las peripecias no terminaron ahí. Uno no se esperaría un embotellamiento a las 11 de la noche de un domingo, pero eso fue lo que nos pasó. Terminamos llegando al Hotel Intercontinental a las 12 de la noche hora local, 2 de la mañana de la Argentina, cansados y molestos. Por encima uno que estaba detrás de nosotros para el check in preguntó si no había algún counter de check in preferencial. Menos mal que le dijeron que no, porque si lo pasaban delante mío lo trompeaba. En fin, 2:15 estaba en mi habitación en el piso 34, con lo que supuse debería ser una hermosa vista del Bosque de Chapultepec, aunque en la noche no era más que una gran mancha negra en las luces de la ciudad. Me acosté y me desmayé. Mañana sería un día largo y había que reponer energías.