Heme aquí de nuevo en la brecha, reportando desde tierras lejanas aunque, al menos por hoy, no lo haya parecido del todo.
El vuelo, en un avión de American Airlines, fue normal. Como si fuera un típica película de aviones, no faltaron personajes entre los pasajeros: dos curas, tres haitianos, un montón de rubias yendo a New York y hasta un político, Antonio Cafiero. Sólo faltó la comida en mal estado y los pilotos descompuestos para poder redondear la historia. Me tocó un asiento en ventanilla, lo cual fue al mismo tiempo un beneficio, ya que me permitió mirar hacia afuera y apoyarme para dormitar, pero al mismo tiempo me hizo más complicado ir al baño o estirarme. El asiento resultó bastante duro, lo cual lo hacía algo incómodo y la falta de movimiento me hinchó los pies. De hecho, aún tengo los tobillos hinchados.
El vuelo en sí tuvo algunas anécdotas. Para empezar, por poco no despega ya que había, según el capitán, algún equipo electrónico encendido que causaba interferencia de radio. Después de reclamar un par de veces que revisaran todo y lo apagaran, una mujer se levantó, sacó su laptop del compartimiento de equipaje y vio que estaba prendida. Aparentemente le había ordenado apagarse y la cerró sin verificar, mientras la computadora se quedaba trabada en una planilla de Excel sin guardar. Para colmo, y vaya a saber por que, la mujer no se daba maña para apagar la máquina y estuvo un buen rato lidiando con ella hasta que finalmente se la dio a otra persona. En fin, una naba.
Estando sobre la ventanilla pude tener una linda vista de Buenos Aires desde el aire al despegar, así como de otras ciudades en el camino. Es especialmente lindo de ver la sucesión de pueblos a lo largo de una ruta como si fueran manchas de luz en secuencia que se pierden en el horizonte. También tuve la oportunidad, cuando pasábamos sobre Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, de ver desde el aire lo que parecía ser el lanzamiento de fuegos artificiales. Es increible que lo que resulta tan espectacular desde tierra se convierta en apenas chispitas de colores desde el avión. Después de pasar sobre un banco de nubes en la Amazonia y Colombia, de la cual se entrevió solo un poquito, pude ver Jamaica desde el aire, toda iluminada, y luego el sur de Cuba y algo de las Bahamas, hasta que las nubes volvieron a tapar todo y yo intenté dormir un poco.
Llegamos a Nueva York poco después del amanecer, aunque la combinación de la bruma y el ángulo de entrada no me dejó ver mucho de la ciudad. A las 6:20 estaba en tierra y, luego de un trámite de migraciones y aduana bastante rápido, estaba afuera a eso de las 7:20. Hay que reconocer que este aeropuerto parece más eficiente que Miami, al menos tiene una sóla fila para Migraciones, como Ezeiza, aunque el cartel indicador de a que cabina ir estaba reemplazado por una negra simpatica, embarazada, que mandoneaba a la gente de acá para allá. En cuanto a la Aduana, no me revisaron nada. El de migraciones miró la pantalla e hizo unas marcas en el formulario y el de Aduana las miró y me dejó seguir de largo. Capaz que te revisan la valija electrónicamente, lo vuelcan en el sitema y el de migraciones más o menos verifica que hays declarado eso.
A la salida me tomé un Taxi y me vine al hotel, que es el mismo de la vez pasada. Los del hotel, con muy buen tino, incluyen como llegar al hotel en el formulario electrónico de reserva, así que sólo tuve que darle el papel al taxista, que por supuesto era pakistaní o algo así, y el tipo me trajo. Camino al hotel pasamos por el estadio de los New York Giants, que queda cerca, y ahí me enteré que la Selección Argentina jugaba con la de USA esta misma noche, lo cual confirmé con la concerje del hotel, una portorriqueña (creo, por el acento) que me dijo que el hotel estaba lleno de "Ches" por ese mismo motivo. Mientras esperaba que me dieran un cuarto (eran apenas las 8:00, muy temprano para el check-in) desayuné y tuve oportunidad de ver tanto hinchas argentinos como americanos deambulando por el hotel.
A las 10:00 me dieron el cuarto, me pegué una ducha y me fui a dormir hasta las 14:00, cuando suponía que iban a llegar Mike e Irene. Llegaron a eso de las 14:30 y nos fuimos a almorzar a un restaurante portugués que ellos conocen. Mike casi me confunde con otro que andaba con una camiseta de la Selección y después en el estacionamiento vimos a varios más con una bandera de cancha, sacándose fotos. Mike dijo de llamar a un revendedor que conocía para ver si conseguía entradas para el partido pero al final lo descartamos cuando a la vuelta vimos el terrible bolonqui de autos que iban al estadio, preludio seguro de un lleno total.
El restaurante, Valença, es una tipica cantina familiar, repleta de gente y eso que eran más de las 15:00. Comimos chourizo em barca, que es como un chorizo español pero no tan condimentado, largo y doblado en U como longaniza, al que asan y te lo sirven en una especie de botecito de barro llenan de alcohol y lo encienden para darle un flambeado. También comimos almejas en su concha saltadas en ajo y cilantro, y de plato principal lechón rostizado, que es la especialidad de la casa y el favorito de Irene. Todo acompañado por sangria y, de postre, creme brulée.
Terminados de almorzar, a las 18:00, nos volvimos para el hotel, previo paso por un supermercado para comprar comida y bebida para el minibar. Compré jugo de naranja, gaseosa y frutas: cerezas, uvas chilenas, pera asiática y pomelo. Había peras argentinas, pero todavía estaban verdes, así que las dejé. Vuelto al hotel, y ya sin idea de cenar dado lo tarde del almuerzo, me dediqué a mirar el partido y videochatear con Vane, ya que al menos este hotel tiene una conexión de Internet decente y, luego, a escribir esta entrada.
Eso es todo por hoy. Mañana será el turno de laburar.